Nunca pensé que una situación como esta llegaría, o al menos no tan pronto. En los últimos años hemos visto como, irremediablemente, la cúspide del motociclismo de velocidad se ha venido abajo víctima de la crisis económica o, por qué no decirlo, de una mala gestión. Los costes de participación han ido creciendo hasta cifras no asumibles por grandes marcas como Suzuki o Kawasaki y el camino de los nuevos reglamentos apuntan a un futuro MotoCRT más que GP. A pesar de ello hay algo que me duele y me preocupa más que la tecnología y las compañías: los pilotos. Haciendo un ejercicio de sinceridad, el mundo del motociclismo moderno está demostrando la misma humanidad que el portero del sitio de moda (perdonen por la generalización, que ya sé que Iker es buenazo).
Cuando empecé a ser realmente consciente de los Grandes Premios y a tener verdadera pasión por las carreras todo lo relacionado con ello era, simplemente, una auténtica pasada. El domingo podría ver las apasionantes batallas de esas Honda pintadas de Repsol llevadas por hombres elevados a divinidades. Gente que había pasado un filtro inimaginable para llegar allí, a lo más alto, al cielo de la velocidad. Daba igual si corrían a las dos de la tarde o a las seis de la mañana que, servidor, se ponía una, dos o tres alarmas si eran necesarias para, entre sollozos y cabezadas, ver a mis héroes.
Todo valía la pena por ellos. Hasta que Don Dinero comenzó a cobrar importancia. Y no me refiero a que haya ocurrido ahora, con los años, sino que desde mi experiencia personal ha sido en la última década cuando mejor he podido conocer el tinglado que hay montado. El motociclismo es un deporte caro, carísimo. Aunque era agradable pensar que había gente que gracias a un esfuerzo brutal y a un talento innato podía llegar a la clase reina. Una ilusión que con los últimos acontecimientos se ha ido, hablando en plata, a la mierda.
La llegada de Moto2 respondió a una situación económica insostenible y ha sido un rotundo éxito. La igualdad mecánica comenzó a hacer estragos, los equipos y algunos pilotos que habían dominado la categoría intermedia durante años se encontraban, de repente, luchando por puntuar. ¿Acaso eran peores de golpe y porrazo? Lo dudo. Simplemente habían dejado de llegar paquetes urgentes con remitente de Noale y los campeones ya no los decidía un señor que escuchaba la mejor oferta y se divertía repartiendo oportunidades. En Moto2, la diferencia viene de los profesionales: mecánicos, ingenieros, el piloto y toda la gente que hay detrás de un proyecto de un chasis de competición. La llegada de Moto3, sin embargo, es un poco más distinta por el mayor o menor compromiso – que se mide en euros – de la marca que tienes a tu espalda.
Dorna lo ha hecho bien, aunque al aficionado le gusta ver más marcas involucradas.
Poco después han debutado las CRT. Motos de corte económico que aspiran a ser la nueva categoría reina. En cuestión de números, es otro punto para la empresa española. Sin embargo, como en Moto2, alguien se ha olvidado de algo muy importante.
Me di cuenta en el pasado Gran Premio de Misano. Todos recordamos la inigualable figura de Marco Simoncelli, piloto tan querido en este blog, pero hubo un detalle que brilló por su ausencia. Y es que por aquellos días se cumplían dos años de la muerte de Shoya Tomizawa, ese chaval japonés que apareció de la nada al frente de la clasificación como el mejor ejemplo del cambio que significaba Moto2. No se nos ha olvidado, no, Shoya se dejó la vida en un maldito accidente en ese mismo circuito. Habría sido de recibo haberle honrado también a él, o hacer un pequeño hueco en la agenda del evento para el piloto de la sonrisa infinita.
Fue, sin duda alguna, una muestra de la falta de humanidad del campeonato. Por desgracia, el trato que reciben los pilotos ha ido empeorando hasta el punto de convertirse en simples marionetas al servicio de grandes equipos.
Antes de escribir estas líneas quise hacer un recuento de las bajas y fichajes que ha habido en la categoría de Moto2 durante lo que llevamos de campeonato. Pero me cansé muy pronto. Y es que a uno le empieza a hervir la sangre cuando ve que alguien no corre un Campeonato del Mundo por ser de los mejores sino por tener un buen fajo de billetes. Muchos equipos se han convertido en plataformas de ocio para personajes con hobbies muy caros, otros han evadido responsabilidades y se han dedicado a despedir a sus pilotos como si fueran pañuelos usados.
El último ejemplo es el de Claudio Corti. No soy amigo suyo. Ni si quiera fui capaz de ponerle cara en un primer momento. Es décimo – con segundo puesto en Le Mans – en una parrilla de 27 pilotos y ayer se enteró de que no tiene equipo, que está despedido. Nadie le llamó para contárselo. Su lugar va a ser ocupado por Toni €lías, el mismo que tras no dar pie con bola con Aspar cesó su contrato y probó suerte, otra vez, en MotoGP.
Que nadie crea que hoy me he levantado con ganas de poner de vuelta y media a Dorna. Las cosas no están mejor en Superbikes, donde el equipo Effenbert Liberty Racing se ha convertido en un circo, en el CEV o en el British Superbikes – sin sponsor, no hay hueco y normalmente tampoco sueldo –.
En el paddock actual hay algo que no funciona demasiado bien. Hay un grupo de personas que escurren el bulto continuamente y que se las ingenian para seguir pululando por allí moviendo fichas y haciendo de la maravillosa pasión del motociclismo el mayor de los negocios.
Postdata: me gusta MotoGP, Aspar, Toni Elías, Claudio Corti, Marco Simoncelli, Shoya Tomizawa, el Effenbert Liberty, Superbikes y el BSB porque, simplemente, amo el motociclismo, pero mi amor no es ciego y menos cuando hay alguien que lo destruye.
Postdata, segunda parte: sirva también este artículo como crítica a la corriente actual de lameculismo que se respira en los medios donde o eres fanático de todo el mundo o no tienes cabida. Sepan encajar la crítica.
Foto vía | Aspar Team