Apenas la rueda delantera de mi moto se puso en contacto con el liso suelo de terrazo de mi taller de toda la vida, noté que algo no va bien. Las motos ya no se agolpan como de costumbre a un lado y a otro. Domingo, el jefe de taller, no aparece por ningún lado. Pese a que me indican donde dejar mi moto nadie me pregunta que es lo que quiero. Ahora todo es blanco inmaculado. No hay restos de Harley´s marcado su territorio con un charco de aceite o japonesas retorcidas como si fueran mantequilla tras la última imprudencia de su dueño.
Mis sospechas se van confirmando a medida que avanzo en mis gestiones para que me monten neumáticos nuevos y pastillas de freno en mi RSV mille. Un elegante y estirado joven se presenta para indicarme que es el nuevo dueño, que ha tenido no sé cuantos concesionarios de varias marcas por España y que debo pasar por la oficina para indicar que es lo que deseo que le hagan a mi moto. La señorita que me atiende en aquella pecera acristalada de blanco impoluto, confirma mis sospechas más terribles, limitándose a apuntar al pie de la letra todo lo que quiero que me hagan en la moto, sin parecer tener mucha idea de entender lo que escribe.
El día acordado para recoger la moto, el mismo estirado joven que se presentó el primer día me dice que ya está lista y que pase por la oficina a “apoquinar”. Con la misma locuacidad que cuando nos conocimos, la señorita que me multa con un importe de los que te quitan de golpe todos los puntos del carnet, lo hace sin ni siquiera ruborizarse por el atraco que está cometiendo. Es entonces cuando pago, me despido cortésmente, y salgo por la puerta subido en mi moto recién lavada, jurando en arameo que no volveré en mi vida a pisar por allí.
Y os prometo que no es por “la clavada” recibida. Hay talleres mucho más cutres que este inmaculado, blanco, e impersonal servicio oficial y que por una cosa u otra, siempre encuentra un motivo para elevar la factura como si del más pijo local de moda se tratara. No sé a vosotros pero a mí lo que me ha atado tantos años a mi taller de toda la vida es la gente que lo atendía, mecánicos, dueños, incluso el chaval que lavaba las motos. Lo agradable de un taller así, sin duda son las personas que allí trabajan y le dan carácter. Me da igual que sea el taller de barrio donde aún llevan a arreglar algún vespino y que tiene colgado en sus paredes el calendario de la chica ligerita de ropa del 82 con más mugre que el bidón del aceite, o el lujoso concesionario multimarca donde todos van de uniforme. Lo que nos lleva a ser fieles como un pastor alemán a nuestro taller es en algunos casos la calidez de trato, en otros la profesionalidad y el buen saber hacer o incluso su eficiencia y rapidez.
Por supuesto también hay muchos talleres regentados por incompetentes, estúpidos y zafios que me hicieron salir huyendo de allí por mi propio beneficio e incluso por mi seguridad y la de mi moto. Por eso quién sabe combinar la vieja y sabia profesión de mecánico con el servicio a los clientes y la eficiencia, son los que siempre se llevan el gato al agua. Permanecen durante años con sus puertas abiertas, incluso en épocas de crisis como la que sacude a todo el sector. Por todo esto y más, yo era capaz de visitar mi taller de toda la vida, simplemente por el placer de ver como el personal atendía a los clientes y solucionaba sus problemas. Algo nuevo aprendía todos los días de sus mecánicos y empleados. Incluso en ocasiones sucedía algo tan especial que aunaba una relación de amistad y confianza no reñida con el respeto y las maneras, en la que te marchabas con tu moto, sabiendo que habían hecho todo lo posible por dejarla a punto sin la más mínima intención de ganar el máximo dinero con la operación, sino simplemente con la mejor intención de dejar al cliente/amigo satisfecho y evitarle cualquier tipo de problema mecánico.
Ahora todo esto desapareció en mi taller de toda la vida con el nuevo dueño y su nueva filosofía de gran concesionario oficial, donde todo es blanco e impersonal. Pero no hay por qué preocuparse seguro que muy cerca encuentro uno de “los otros talleres”. Uno de esos para toda la vida.