Hace ya un tiempo escribí sobre la situación de los pilotos respecto a Motegi, si acudir, si no, si llevar banderas de Japón en sus motos etc… Creo que entonces fui, quizá, demasiado inhumano dejándome llevar por aspectos relacionados con las carreras que están lejos de los sentimientos individuales que cada uno pueda tener. El tema, lejos de acabar ahí, ha venido arrastrando aun más polémica con la publicación del estudio realizado por ARPA. “El -daño-riesgo es insignificante”, decía concluyendo aquel documento. Sin embargo, hoy tuve un sueño, por no llamarlo pesadilla, que me puso en la piel de uno de ellos.
Vivo cerca de uno de los complejos industriales más importantes de Repsol donde, si por lo que fuera, se produjera un desastre natural o un atentado terrorista la explosión resultante y la contaminación pondrían en serio riesgo a toda la población cercana. Así mi cabeza juntó esa situación con la de Fukushima para dar rienda suelta a la imaginación o al subconsciente. En dicho sueño se produce un escape de gas tóxico incoloro y sin olor, difícilmente detectable. Con esa sensación de no poder hacer nada por remediarlo o por esconderte, metido simplemente en una posición donde lo importante es sobrevivir a toda costa comencé a acordarme del movimiento de MotoGP que pedía no ir a Motegi. Y ahora lo entiendo.
Porque puede que un periodista viaje solo, bajo la única responsabilidad de sí mismo, pero en otros numerosos casos hay factores variables muy serios que pueden hacer que cambies de opinión rápidamente. Hace poco pudimos ver las declaraciones de Casey Stoner diciendo que aun no estaba seguro si ir o no, y entonces hizo alusión al embarazo de su esposa Adriana. Y aquí no pude reprocharle nada, ¿cómo puede exigir o pedir Honda que esté allí sabiendo que le acompañará su familia? ¿cómo puede decidir poner en riesgo a la persona que quiere? Pueden darme cientos de miles de estudios llevados a cabo por empresas con intereses distintos que digan que la zona es segura. Sí, segura a día de hoy, pero de la misma manera que nadie esperaba un tsunami que dejara hecha añicos la central nadie espera una cantidad tan grande de variables –errores humanos, de cálculo, despistes, la naturaleza…– que jamás nadie podrá afirmar que es seguro. Mucho me dirán que por esa regla ningún lugar del mundo lo es, pero reconoce que ese en concreto lo es aun más por la peculiar y tensa situación en la que viven. De hecho, las noticias que llegan sobre el tema no suelen ser las más esperanzadoras, desde testimonios de empleados que ponen en evidencia a la empresa o empresas encargadas o de los propios habitantes, padres y madres de familia, que piden salir de allí.
Por otro lado viene el factor miedo cuyo peor enemigo es el desconocimiento y que juntos facilitan la toma de decisiones. Ahora bien, nadie puede negarme que es normal y natural sentir miedo en esta situación, estar asustado por lo que pueda ocurrir y además no saber ni enterarte de qué está pasando. Es un sentimiento presente en los habitantes de la zona, incluso en los trabajadores que valientemente arriesgan sus vidas intentando reparar la central. Algunos apuntan con el dedo a esos pilotos poco solidarios y se preguntan, como si fuera algo extraño, si no confían en los gobiernos de sus países como en el de Japón. Creo que la respuesta cae por si propio peso en apenas unas milésimas de segundo: NO. No es precisamente ahora cuando más confianza están teniendo.
Espero sinceramente que nada más ocurra en este sentido y se puede celebrar el Gran Premio de Japón sin mayor problema. No obstante, si alguien, por la razón que fuera, decidiera no acudir no debería ser objeto ni objetivo de críticas o multas por parte de la empresa. Son decisiones personales que difícilmente podremos entender sin estar en su pellejo. Hemos respetado y apoyado no correr en un circuito porque sus muros están demasiado cerca, ¿no vamos a poder, si quiera, respetar una opinión?
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