Después de que en el año 1999 Álex Crivillé se convirtiera en el primer español en ganar el Mundial de 500cc a mí me picó el gusanillo de las carreras de tal modo que sigo pegado a ellas sin poder echarle freno. Durante algo más de cuatro años estuve aprendiendo y alimentándome de todo lo que estaba relacionado con las carreras. Pilotos, vídeos, fotos, noticias y como no, las motos de carreras, esos impresionantes cohetes decorados con patrocinadores que hacían las delicias de mis ojos y la envidia de mi corazón.
Durante este período nada era más importante que todo lo que rodeaba las carreras. Cogí el hábito de sentarme en el sofá los domingos durante toda la mañana (cosa que siempre había odiado de mi padre hasta ese momento) y luego, una vez terminaban las carreras, seguía la información por red, las revistas y los amigos. Todo giraba entorno a la competición y con un punto de mira bien marcado: tenía que ser uno de ellos, tenía que llegar a pilotar en circuito.
No tenía ni idea de dónde me metía. Cuando ya llevaba más de cuatro años viendo carreras, fotos y demás me picó el gusanillo de mala manera y con consecuencias terroríficas para el bolsillo…pero eso no fue hasta más tarde. En esos días estaban saliendo las inscripciones para la nueva Movistar Junior Cup, en el año 2004, con lo que convencí a mi padre para que me dejara enviar la solicitud a ver si había suerte y quedaba entre los 300 elegidos para hacer las pruebas. Aún guardo la hoja de la revista en la que salía mi nombre como uno de los elegidos para las pruebas un mes después de que enviase el papelito de la inscripción. Había ganado mi primera “carrera”.
Fue entonces cuando entre mi padre y yo decidimos que no podía llegar a las pruebas sin saber lo que era rodar en un circuito de velocidad. Había estado hasta entonces haciendo “Tests IRTA” en un polígono industrial en construcción cerca de mi pueblo, pero un circuito de velocidad solo lo había visto por televisión. Así que cogimos unas tandas para el circuito de Montmeló, dos para ser exactos, con lo que mi sueño de rodar en un circuito se iba a cumplir antes de lo previsto.
Faltaban dos meses para las pruebas y un mes para las tandas, así que empecé a preparar a conciencia el día de mi estreno en el Circuit de Catalunya. Primero de todo necesitaba conseguir un mono, a poder ser de una pieza, ya que para circuito es más recomendable así. Conseguí de mi amigo Albert Escoda un mono que utilizaba él como probador de una revista del sector para que pudiese entrar en el circuito, así que problema resuelto.
La buena relación que teníamos con Nolan y X-Lite, ya que eramos proveedores oficiales de la marca, me permitió tener mi primer casco (propio y nuevo) de alta gama. Un Nolan N93 Réplica Pedrosa del que estaba más contento que un piloto con neumáticos nuevos. Los guantes corrieron a cargo de Garibaldi y las botas Styl Martin de mi padre. Todo un panorama. Así que con la equipación ya completa me dispuse a organizar el día de las tandas. Me hice un plano del circuito a mano para aprenderme así cada una de las curvas del circuito, me descargué tablas de velocidades, marchas, trazadas, etcétera y busqué un fragmento en una revista en el que Dani Pedrosa hablaba sobre cada una de las curvas del circuito. Y cuándo todo esto estuvo más o menos arreglado, empecé a pensar en la moto.
Mi padre poseía una Honda CBR 600 RR nuevecita y esa máquina que solo tenía unos pocos kilómetros me la iba a meter entre piernas y a rodar un circuito de velocidad…con quince años ¿¿¡quién no firmaba!??. Me pasé horas y horas, días y días pasando por el taller de mi padre para contemplar la moto, limpiarla aunque hiciera 2 horas que ya lo había hecho, admirarla y subirme a ella para probar posiciones de conducción y todas esas mandangas que hacían los pilotos en la tele. La moto estaba completamente de serie y así se quedaba hasta unos años más tarde cuando la dejamos solo para circuito. Así que solo tuve que sacar los retrovisores. En resumen, que me pasaba más tiempo con todo esto que con lo que realmente era importante en aquel momento: ir al colegio y estudiar. Sí, al colegio iba, pero me “olvidaba” de hacer los deberes.
En fin, que ese mes pasó más lento que ningún otro de los que he vivido hasta la fecha. Y por fin llegó el día. Fue un 14 de marzo de 2004, un domingo soleado en el que yo solo había dormido un par de horas entre los nervios y las cosas que aún me quedaban por preparar. Llegamos al circuito sobre las 09:00h, empezando la primera tanda a las 10:30h de la mañana. Nunca antes había tenido un cosquilleo por el estómago durante tanto tiempo. Cosquilleo que me impedía comer algo antes de subirme a la moto.
A la “señora” Honda CBR 600 RR la bajamos del remolque y mientras mi padre se encargaba de todo el papeleo, que en ese momento no era tanto como ahora, yo me empecé a preparar. Me senté en la parte trasera de la furgoneta, me quedé pensando unos segundos lo afortunado que era, que por fin iba a correr en un circuito y que en ese momento era el chaval de quince años más feliz en toda la faz de la tierra. Me saqué la ropa de calle para empezar el ritual: soto-mono improvisado con una camiseta interior calentita (estábamos por debajo de los 10 ºC), me enfundo las piernas del mono, me pongo las botas y un jersey por encima antes de vestirme del todo, dejando la parte de arriba del mono colgando por detrás ya que aún quedaba una hora y pico para el estreno.
Como mucha gente me había recomendado, empecé a hacer estiramientos. Piernas, brazos, muñecas, cuello…todo lo que se me ocurrió que debería estirar. Y mientras tanto iba mirando las instalaciones gigantescas, la grada de boxes, el paddock, la recta de meta…de verdad, me parecía imposible estar allí. Alucinaba más con estar dónde estaban los grandes pilotos del mundial que de que en breves saliera yo a rodar.
Así que poco a poco, muy poco a poco, se acercaron las 10:30h y eso significaba mi estreno como piloto en circuito. Ya no había marcha atrás. Me acababa de poner la parte de arriba, me había colocado el casco y finalmente los guantes. La sensación era brutal. Yo todo enfundado en ese vestido de cuero, mi padre acabando de calentar la moto y el Circuit de Catalunya preparado para enseñarme que esto que tanto amaba no era tan fácil como salía en la tele.
Me acuerdo que momentos antes de salir a pista me impresionó observar las motos y las vestimentas de los demás participantes en la tanda. “Mira ese, qué moto lleva”, “Mira este, parece Rossi”, “Mira papa, este lleva la nueva Yamaha R1”, y un largo etcétera. Así salías un poco cagadito ya. Finalmente, dejé ir el embrague, empecé a retorcer el puño de gas de forma moderada y enfilé muy nervioso el camino de boxes lanzado hacia la pista.
¡Y qué pista! Parecía la Quinta Avenida de Nueva York multiplicada por dos y con una pista de aterrizaje de un Boeing 747 pegada al lado. Madre mía cuantos metros de asfalto a lado y lado. La primera curva fue terrorífica. Sabía que era hacia la derecha, pero no sabía que antes había un cambio de rasante que me tapaba la visión. Más adelante supe que tenía que frenar después de ese cambio de rasante para ver bien la curva. No sabía si alegrarme por haber cumplido mi sueño o bajarme de la moto y salir corriendo de allí ya que todo lo que hasta entonces había parecido bonito y algo divertido que hacer no me estaba gustando en absoluto. No sabía tomar las curvas, la moto parecía lenta y el circuito era tremendamente ancho y gigantesco. Se me olvidaron las trazadas que había estado estudiando, me parecía que las curvas eran completamente diferentes de las que había visto en las fotos y vídeos y lo peor de todo…parecía que estaba yendo más rápido que el mismísimo Valentino Rossi.
Lo que es cierto es que a medida que pasaban las vueltas, pocas en media hora debido a mi ritmo de novato, me empecé a sentir más a gusto, más cómodo. Y era solo una sensación porque estaba yendo igual de lento que antes. Simplemente, había cogido un poco la posición encima de la moto y me empezaba a atrever a dar gas cuando salía de las curvas, ya que antes solo lo hacía cuando ya tenía la moto recta. Y así pasó la primera tanda. Entré a boxes hecho un puñetero lío porque no entendía que lo que parecía una afición que me volvía loco en realidad me lo había hecho pasar francamente mal. Los nervios, la primera vez que cogía una moto de este calibre en un circuito y lo desconcertante de esa situación me las hicieron pasar canutas.
Sin embargo llegó la segunda tanda, después de comer, y con ella me empecé a divertir. Mis tiempos por vuelta iban bajando poco a poco, aunque manteniéndome en un lejos 2.12. imposible de rebajar. Lo bueno de esa tanda fueron las sensaciones, sintiéndome mejor a cada vuelta que pasaba, más cómodo y sobretodo más feliz. Por fin sentía que me gustaba eso, que me estaba divirtiendo, que todo lo que había hecho hasta el momento para preparar ese día había valido la pena y que, evidentemente me iba a comer el mundo en las pruebas de la Movistar Junior Cup…¡pobre crío inocente!
Pensando iba yo en todo esto al final de la tanda, contentísimo de lo que estaba haciendo cuando…CRAAAASSSHHHH!!! ¿¡QUÉ NARICES HA PASADO!? Me levanté del suelo envuelto en polvo y grava, tenía todo mi costado derecho calentito del asfalto y estaba un poco aturdido por el susto. Cuando el polvo se disipó observé una mancha negra estirada en el suelo. Era la moto, que había pasado de un color negro brillante y reluciente a un aparato decorado con polvo, rallazos, sin estribera y sin semi-manillar derecho.
Me acerqué a ella y, aunque ya me había dado cuenta que me había caído, entendí dónde estaba y qué había pasado. La rápida ciega de arriba que precede a la pequeña recta trasera de Montmeló. Ese era el lugar de mi primera parcela en Montmeló...sí, vendrían más en los siguientes años. Llegué a boxes como pude ya que la moto no estaba suficientemente dañada como para cargarla en la grúa del circuito.
Fue una decepción, cierto, y estuve un par de días preguntándome qué había hecho mal, qué había pasado exactamente. Fue todo tan rápido que no tenía ni idea de lo que había hecho. Por suerte, la moto se pudo reparar fácilmente y me pude quitar de encima la mala conciencia que me había quedado por romper la moto de mi padre. Además, cuando entras en un circuito es un riesgo que tienes que tener muy claro y mi padre me apoyó desde el principio.
Lo mejor de todo, aparte de la impresionante experiencia que me quedó grabada en el fondo de mi retina y mi pensamiento, es que en un mes tenía las pruebas de la Movistar Junior Cup, algo que también esperaba con ansia. Ese día sí que no podía fallar como en Montmeló...¡pobre crío otra vez inocente!
No os voy a contar lo que pasó en las pruebas de la Movistar Junir Cup, pero lógicamente no puedes presentarte allí con solo unas tandas...me dieron caña como al que más. Pero es otra cosa más que añades a tu mochila de experiencias y eso en el fondo, aunque entonces no lo veas así, es lo que acaba contando para un futuro.
En fin, espero que os haya gustado mi primera vez. He sido un poco extenso y hasta puede que un poco pesado. Espero que tengáis vosotros también una primera vez en moto, sea la situación que sea y la experiencia que sea. Nosotros estaremos encantados de recibirlas y así poder publicarlas una vez terminemos nosotros con nuestras Primera Vez. Hemos recibido ya muchas historias muy interesantes y estoy seguro que cada uno de vosotros habrá sido novato en alguna situación con la moto y que querréis contar. Esperamos vuestras seguro que interesantes historias en la dirección laprimeravezenmoto@motorpasionmoto.com
Nota: Al igual que Luís, yo no tengo fotos tampoco de esa experiencia ya que, desastre como soy, me olvidé la cámara en casa. Así que os pongo alguna foto de la segunda vez que entré a rodar allí, en un curso ZK, con fotógrafo en pista.