La semana pasada me las prometía muy felices: hacia un tiempo primaveral delicioso y tenía por delante cuatro días de moto a tope desde el domingo pasado hasta hoy miércoles. Pero nada ha sido como preveía. Han sido más de 1.000 kilómetros bien variados, pero con un denominador común: agua y frío (e incluso algunos ratos de endemoniado viento). Y cuando no ha llovido, el suelo siempre ha estado mojado. No sé si son imaginaciones mías, pero me parece que este está siendo el invierno más largo en muchos años: por favor, basta ya de frío, lluvia y viento.
Empezó el domingo con la excursión de las MT’s pasada por agua. El lunes baje con la GS desde Barcelona al interior de la Comunidad Valenciana, unos 400 kms, y desde la misma salida la ruta estuvo pasada por agua. La lluvia continuó el martes, que fue el día del barro, bien pegajoso. Fueron tantas horas bajo la lluvia, que a pesar del equipamiento que llevaba puesto, quedé bien calado. Y hoy miércoles, de nuevo volvía a amanecer lluvioso, así que el regreso a Barcelona iba a ser de nuevo bajo el agua.
El regreso desde el interior de la provincia de Valencia ha tenido momentos infernales. Ha llovido mucho rato con fuerza y no se veía nada en la carretera. He entrado en la autopista y debido a la cantidad de agua en el asfalto se circulaba en una nube de agua vaporizada (¿no habrán oído hablar nuestras autopistas que existen asfaltos que drenan el agua casi totalmente?). El sur de Tarragona es famoso por ser zona de viento, y hoy lo ha vuelto a demostrar. Así que además de la lluvia, un viento racheado muy fuerte zarandeaba la moto de carril a carril: con la gran pantalla que lleva GS había ratos que sentía más que estaba haciendo windsurfing que yendo en moto. Mientras, a la derecha se veía el mar de un azul tormentoso, intenso y oscuro.
Afortunadamente, una vez pasado de largo Tarragonal contra pronóstico el sol conseguía abrirse un hueco entre las nubes. Una luz rasa y limpia iluminaba la autopista, creando mil brillos mágicos con el agua. Un arco iris impresionante iba a estar presente durante muchos kilómetros. Llegó el paisaje de viñas del Penedés que estaba alucinante, con una luz fotográfica espectacular procedente de un sol bajo trasero y un dramático cielo de nubes imposibles en el horizonte. Así fueron los kilómetros finales, con un asfalto encharcado (no hace demasiado rato que tenía que haber descargado una buena tormenta… ¡esquivada!) y una preciosa sombra larguísima de mi moto que me acompañaba galopando por las viñas, y con la que dialogaba mientras imaginaba este post. Vamos, una de aquellas estampas que justifica un viaje en moto.
Pasado (y pagado) el peaje de Martorell, la autopista estaba todavía más encharcada y la estela de agua que levantaban los vehículos era densa. Delante, unas nubes amenazadoras a las que me dirigía sin remedio. Así me vi haciendo cálculos “metereológicos” entre la velocidad del viento y las nubes (¿lograría llegar sin mojarme de nuevo?) hasta la entrada de Barcelona, viendo una espectacular puesta de sol por los retrovisores… Y un monumental atasco delante de mí, claro.
Por fin en casa. El equipamiento se ha portado razonablemente bien con tantos días de agua y frío. A mi lado hay una pila con la chaqueta, pantalones, ropa de agua, botas, guantes,... En cuanto suba este post, me voy a dar una ducha caliente y abrazar con las manos un delicioso café con leche humeante.
No está mal que de vez en cuando llueva en invierno; pero esta temporada creo que ya hemos cubierto los cupos de frío, lluvia y viento. Por cierto, la televisión está enseñando el temporal y la previsión de los próximos días vuelve a ser de frío. A ver si llega la primavera de una vez, aunque me acabo de acordar del refrán “en abril, aguas mil”. ¡Glups!
Nos vemos en la carretera. Con agua o sin ella, siempre en moto.