Siempre me ha gustado decir que moto y piloto son una sola unidad. Un motero sin moto se siente desnudo y una moto sin piloto es un trasto inútil. De hecho muchos moteros llegamos a establecer lazos afectuosos (pseudónimos cariñosos incluídos) y sufrimos ese mal de pareja desencadenante de numerosas discusiones. ¡Sí, amigos! ¿Quién no ha tenido nunca movida por prestar alguna vez más atención de la cuenta a la moto?
Ahora bien, algunas veces se da el caso de que moto y piloto no llegan a congeniar al 100%. Ese ha sido mi caso, y es lo que os vengo a contar hoy. Cómo de la noche a la mañana te puedes ver cortando una relación para irte con otra más joven, con más curvas y a la que no conoces de nada pero que siempre te ha puesto ojitos.
Desamores, flechazos y gasolina
Vía Twitter alguno ya conoce la historia y sabrá más o menos por dónde van los tiros, pero me gustaría contar todo el proceso por que yo he sido el primer sorprendido de cómo han ocurrido las cosas.
Recordaréis que hace relativamente poco en aquel especial que hicimos sobre las compras de segunda mano os contaba todo lo que me fui encontrando en la búsqueda de aquel capricho que era mi primera moto deportiva de carretera. Y sí, era un capricho, lo reconocí entonces y lo sigo reconociendo ahora.
Cuando escribí aquellos artículos hacía poco más de dos meses de la compra de la CBR y tras aquellos primeros 1.500 kilómetros no la usé mucho más. Al deshacerme de ella en enero del 2015 había hecho poco más de 2.000 km. Pasé más tiempo mimándola que rodando. Cambié rodamientos de dirección, puse a punto las suspensiones, solucioné algún problema eléctrico... Yo la mimaba, pero no había chispa entre nosotros. Nos sentía distantes.
Lo más deportivo que había tenido hasta entonces era mi idolatrada Ducati 750 SS i.e. del año 2001. Esa era una moto muy ligera, con un motor de potencia contenida pero generoso par y muy aprovechable con una parte ciclo genial. Cómo brillaba su color amarillo, me pasaba las horas muertas trapo en mano frota que te frota.
Desde que la vendí pocas motos me han hecho sentir cosas parecidas pudiendo ir muy rápido con todo bajo un absoluto y firme control. Pensé que cualquier deportiva moderna de 600 cc iba a ser un plus de potencia sobre aquella pero con mucho mejor parte ciclo. O eso creía yo.
El caso es que al comprar la CBR me di cuenta de que no era así. Vale, el motor corre y estira mucho pero ir todo el día aullando para ir rápido me agobia y un manillar tan cerrado no me convence. Por lo demás, si os digo la verdad, no hay grandes ventajas a favor de la japonesa. Quizá aquella Ducati tenía el listón muy alto o yo la tenía en un pedestal. Nunca lo sabremos, no me gusta repetir moto.
Volviendo al tema, que me voy por las ramas, dos han sido los desencadenantes principales de ésta aventura. Vale que no es una historia de Indiana Jones, pero reconozco que no me gustan demasiado los cambios súbitos.
Por un lado tenemos al amigo de un amigo, un conocido de lejos, quien de la noche a la mañana se sacó el carnet de moto sin saber para qué lo iba a usar exactamente. Tiempo después me enteré de que ese individuo andaba buscando por concesionarios motos de segunda mano y le ofrecían una Honda CBR 1000 RR Fireblade del 2006 por 5.000 euros. Yo, en broma, le dije "¡Anda ya! por 4.000 te vendo la mía que sabes de dónde viene y lo cuidada que está".
Bueno, pues lo que para mí fue una broma para él no lo fue tanto, me pidió fotos y mostró su interés. La venta se cerró en cuestión de pocos días, por menos de 4.000 euros. Vino a verla, el la miró, ella se hizo un poco la remolona, pero yo lo vi, se gustaron.
El precio de venta permanecerá en el anonimato por petición expresa, pero confieso que me animé a vender porque me pagaron más de lo que pensaba que iba a sacar por ella. De hecho yo no pensaba vender mi moto, me aferraba a la ilusión de que las cosas irían mejor entre nosotros. Pero si junto a otro iba a ser más feliz que conmigo debía dejarla marchar.
Ni siquiera me lo había planteado hasta que un buen día...
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