
Tiene una mirada tranquila y una Kawasaki Vulcan de 1.700 cc que ruge como pocas. Se llama Tadeusz Rozmus, pero en Castel Gandolfo lo conocen simplemente como Don Biker.
Es párroco, salesiano de Don Bosco, ingeniero mecánico y motero de alma. Y este mes se ha convertido en el rostro del Jubileo del Motociclista 2025, una caravana de fe y gasolina que reunió a más de 3.000 personas y 2.000 motos rumbo a la Plaza de San Pedro. Es el cura motero.
Don Biker, el cura motero que también la lió de joven
La imagen del sacerdote sobre su Kawasaki vestido de motero y con una gran cruz de Malta en el pecho no es una estrategia de comunicación ni una excentricidad. Es una forma de vida. "En mi moto me visto de motociclista. Llevo una cruz de Malta. ¿Por qué maltesa? Porque me gusta", explica con naturalidad a Gazzetta. "Algunos me dicen: ‘¿Pero de verdad eres sacerdote?’ Y me alegra, porque me perciben como uno de ellos".
El sábado 14 de junio, Don Biker encabezó la salida desde la Piazza della Libertà de Castel Gandolfo, como hace desde hace años. Pero esta vez no era una ruta cualquiera. "Claro que el sábado es un día especial porque vamos a ver a Su Santidad, y no es algo que ocurra todos los días", cuenta. "Tengo que agradecer al ex prefecto y presidente del Moto Club Polizia di Stato, Francesco Capelli, quien lo organizó todo con gran habilidad y mucha pasión".
Rozmus no es nuevo en esto. Desde hace años acompaña a grupos de motoristas, no solo en Italia, sino incluso en rutas largas hasta Cracovia. Su presencia rompe estereotipos, pero también construye puentes. "Pasión y agregación, por supuesto, pero también una herramienta de evangelización: sin la motocicleta no podría estar con los motociclistas y compartir momentos de gran convivencia con ellos", afirma. "Así es como se acercan a la Iglesia. Incluso mujeres tatuadas con chaquetas de cuero, que parecen alejadas del cristianismo, hablan, cuentan historias, se abren y se descubre una hermosa sensibilidad y pureza. Nuestras reuniones son como una misa: quien quiera venir, viene".
El cura no sermonea. Ni en la iglesia ni sobre ruedas: "Cuando estoy con ellos, soy uno más, así que no les sermoneo. Pero siempre los invito a ser cuidadosos e inteligentes al conducir, a respetar el código de circulación, que es respeto por todos, por la vida". Y añade con franqueza: "Conducir es una forma de mostrar civismo, como en muchas otras actividades humanas. Desafortunadamente, en Italia y en Roma hay poca disciplina. No debemos molestar a los demás; en todo caso, debemos acogerlos y brindarles seguridad".
Su historia personal, como su vocación, también nació entre motos. Y no precisamente legales: "Mi primera moto no existe, porque a los doce años la construí yo mismo con la ayuda de mi padre", recuerda. "Era una colección de piezas que ensamblaba lo mejor que podía y que nunca olvidaré, también porque fue mi compañera en mis primeras aventuras, incluyendo la huida mientras me perseguía la policía por no tener carnet de conducir".
Aquella juventud estuvo marcada por la mecánica, la rebeldía y la velocidad. "Algunos amigos y yo nos poníamos matrículas falsas y corríamos por las calles: suena temerario y quizá lo era un poco, pero había pocos coches allí. Mi padre tenía una Junak personalizada, y cuando no estaba yo también la llevaba y me perseguía la policía con ella. Cosas que en mi país hacíamos de niños. Construir mi primera moto fue mi verdadera escuela, porque luego me hice ingeniero mecánico".
A Rozmus le gusta el speedway, no se pierde una carrera si puede, y lo practica cuando vuelve a Polonia, donde este deporte es casi religión. Nació a pocos kilómetros de Auschwitz, y lleva consigo un bagaje personal e histórico que ha transformado en compromiso pastoral. Hoy, desde su parroquia en Castel Gandolfo, une talleres y templos, motos y misas, y lo hace con la convicción de que la fe también se puede predicar con escape libre.
Imágenes | Gazzetta