
Cualquiera que haya pasado un rato entre motos antiguas sabe que hay algo especial en ellas que las modernas simplemente no pueden replicar. Ese sonido áspero al arrancar o el tacto mecánico de una palanca de cambios con kilómetros... Son máquinas que no solo ruedan: cuentan historias. Hasta que dejan de hacerlo.
Pero hay un problema. Y es que mantenerlas no es precisamente sencillo. Los repuestos. Piezas que dejaron de fabricarse hace ochenta o cien años, recambios que solo existen en alguna caja olvidada de un mercadillo, o que directamente, ni existen. Pero hay una salvación: las impresoras 3D.
Hasta que alguien ha dado con que las impresoras 3D pueden ser la solución
Para muchos restauradores, el sueño de devolver a la vida una Harley o una Indian de preguerra suele acabar en un callejón sin salida por culpa de una simple pieza imposible de conseguir. Hasta que alguien ha dado con que las impresoras 3D pueden ser la solución.
Pero donde falla la paciencia (y la arqueología de mercadillo), entra la tecnología. Concretamente, como decimos, las impresoras 3D. Esas mismas que algunos ven como el futuro de la fabricación rápida están, de forma silenciosa pero imparable, resucitando alguna que otra moto vieja clásica destinada al achatarramiento.
Un buen ejemplo de ello es Competition Distributing, una empresa de Pensilvania (Estados Unidos) que se ha tomado muy en serio la misión de mantener vivas a estas viejas glorias. ¿Su receta secreta? Una impresora 3D de metal de última generación, capaz de recrear desde un sencillo engranaje hasta un complejo cabezal de motor.
Antes, la restauración de una pieza perdida podía llevar meses y costar un dineral, si es que llegaba a ser posible. Ahora, gracias a técnicas como la fusión por lecho de polvo láser (LPBF para los amigos), pueden escanear un componente y tenerlo listo en cuestión de días. Y no hablamos de piezas de exposición: hablamos de componentes 100% funcionales, preparados para volver a rugir sobre el asfalto.
Entre sus proyectos más llamativos está la reproducción del cabezal de un motor de una Rudge de 1928, impreso en una aleación de aluminio resistente y ligera. O "The Pennsylvania 8", una moto vieja restaurada a conciencia que integra varias piezas impresas y demuestra que lo clásico y lo moderno no tienen por qué pelearse.
Eso sí, no todo es tan sencillo como darle a "imprimir" y esperar que todo salga hecho. Adaptar diseños de hace un siglo a los métodos actuales implica lidiar con formas irregulares, geometrías que parecen salidas de la imaginación de un escultor loco y un sinfín de ajustes de precisión. Pero con paciencia, se puede.
Imágenes | Competition Distributing, Fanson Technologies