Toda leyenda tiene un comienzo y, a veces, hasta un final. La trayectoria de una pequeña fábrica de Bolonia en un gran campeonato como el de Superbikes hace tiempo que pasó de ser simples números a ganarse ser el sinónimo de victoria. En 2003 parte de esa leyenda se vio reflejada en una moto. Ducati Paul Smart 1000LE, pero, ¿por qué iba Ducati a ponerle nombre de persona a una de sus motos más exclusivas? Paul Smart, ¿quién es ese tipo que merece un reconocimiento en Borgo Panigale que ni Troy Bayliss o Carl Fogarty tienen? Para responder a esas preguntas hay que cerrar los ojos para ir atrás en el tiempo en busca de uno de los momentos más gloriosos que ha vivido la marca italiana: la carrera de Imola 200 de 1972.
Quizás, antes de leer esta entrada, no te parecerá tan glorioso ni tan bueno teniendo en cuenta los títulos mundiales que ha recogido la marca durante este tiempo pero, te diré algo, ¿qué recordábamos los españoles cuando nuestra selección parecía estar gafada? Exacto, nos deleitábamos con el 12 – 1 que en 1984 endosamos a Malta en un partido agónico. De la misma manera, la hazaña que protagonizó Paul Smart en la época de las discotecas quedó en la memoria de todos, desde los aficionados a los mecánicos pasando por el creador de aquel nuevo bicilíndrico en L, Fabio Taglioni.
Paul se encontraba en Estado Unidos corriendo para el Team Hansen Kawasaki, donde se ganaba la vida como podía con un sueldo de 12.000 dólares anuales. Así que cuando su esposa le llamó para decirle que Ducati le quería en Imola y que recibiría un pago de 500 libras independientemente si ganaba o perdía no lo dudó y, sin saber si quiera donde estaba la ciudad italiana voló desde Atlanta hasta Londres para allí coger un vuelo a Milán. El cansancio de semejante viaje hizo mella.
Cuando llegué no me aguantaba de pie, lo único que quería de Ducati era un poco de comida y una cama.
Con los pies en Italia le llevaron al circuito de Modena donde mecánicos, ingenieros –incluyendo a Fabio–, aficionados y un largo etcétera de personal se encontraban para no perderse ni un sólo detalle. Lo cierto es que aquella Ducati decepcionó al piloto pues tenía pinta de todo, menos de moto de carreras. Varios detalles llamaron la atención de Paul, como una longitud entre ejes anormalmente larga y el detalle del caballete.
Era una moto de carretera. Tanto que el caballete original seguía en su sitio como si nada. Luego en el paddock colocaron un tornillo atravesándolo y lo utilizaron normalmente como si se tratase de uno de carreras.
Desproporcionada. No podía ser algo serio. Pero, como decíamos, por allí estaba rondando Taglioni. Una persona que él compara con Doug Hele, el hombre que maravilló al mundo en nombre de Triumph, BSA o Norton. Como el británico, Fabio tenía una idea muy clara en su cabeza de lo que era necesario en una moto de carreras, podía resultar extraño, pero la seguridad que transmitía terminó contagiando a Paul, quien depositó su confianza en él y su cabeza. En un principio, al venir de la nerviosa dos tiempos japonesa, le resultó muy lenta porque el motor no pasaba de 8250rpm. Incluso al enlazar una curva con otra se antojaba torpe pero, por otro lado, la estabilidad que mostraba a altas velocidades terminó por convencerle.
Franco Farné, director del equipo, le preguntó si quería cambiar algo para adaptarla a su justo. Y ahí es donde desaparecieron las ruedas de calle TT100 que montaban –aunque les preocupaba que las de carrera no duraran suficiente–. El puño del gas fue también modificado acortando su recorrido para que la muñeca de Paul, dañada en la North West 200, no tuviera ningún tipo de problema. Acababa de terminar la última sesión cuando mientras llevaba la moto al box mecánicos e ingenieros aparecieron dando saltos de alegría; ¡había superado a Agostini con su 500cc!. Giacomo ni se inmutó, confiaba plenamente en que él y la MV aplastarían a la Ducati.
Mi mayor preocupación era la fiabilidad. No es como ahora donde las motos duran varias carreras. Entonces siempre perdías algún tornillo o pieza durante la carrera. Concretamente creía que el V-Twin acabaría destrozando el embrague antes de la primera curva.
El día de la carrera Giacomo Agostini estaba arrasando como estaba previsto mientras que Paul y su compañero se mantenían en las primeras posiciones. De repente, la MV Agusta del italiano dijo basta y el liderato de la carrera caía en manos de Smart para que poco después perdiera la primera marcha.
No es que me preocupara perder primera, porque el motor iba genial, pero sabía que en algún lugar de la caja de cambios había un pequeño trozo de metal esperando a colarse en algún hueco y mandarme al otro barrio.
Con la presión de pensar que podías irte al garete en cualquier momento perdió la posición en favor de su compañero de equipo, Bruno Spaggiari. Pero tras algunas vueltas recuperó la confianza en la moto y superó a Bruno. Conforme se acercaba el final de la prueba podía escuchar las voces de los aficionados incluso por encima del sonido de los propios motores. La euforia en Ducati era indescriptible, Fabio Taglioni, Franco Farné e incluso el director de Ducati, Fredmano Spairani, no podían contener la emoción.
Me habían prometido que me podía quedar la moto al acabar, pero no los creí. Sin embargo, cumplieron su promesa y hoy es una de las piezas del museo de Ducati en Bolonia. Además incrementaron el premio por la victoria y el doblete y pude llevarme a casa unas 5.000 libras. Habíamos logrado algo grande.
Paul puso la primera piedra un largo camino en competición, a veces transcurriendo en paralelo a la victoria y otras algo más alejado, pero siempre avanzando. Porque sí, hay leyendas que tienen fin, pero la de Ducati es inmortal y atemporal.