Hace unas semanas hablábamos de que una moto nueva no siempre es sinónimo de éxito. Entendiendo el éxito como que esa moto no te amargue la vida de tanto pasar por el taller. ¿Pero qué pasa si la moto de segunda mano es la que te amarga la vida? En la actualidad, cualquier vehículo vendido de segunda mano tiene que contar con una garantía de al menos seis meses. Pero esto es lo que dice la ley, y si te tropiezas con un desaprensivo que te venda un vehículo con defectos ocultos, seguramente te costará bastante demostrar que él los conocía y que tu caíste de pardillo en la compra.
Ahora vamos a dar un paso más allá con el tema. ¿Y si te compras una moto vieja/antigua para restaurar? En este caso suele ser habitual que la gente compra motos que incluso siquiera funciona. Y si funciona lo más probable es que lo haga durante poco tiempo y luego haya que invertir bastante dinero en esa moto. Volvamos la vista atrás para fijarnos en un par de casos conocidos.
Resulta que un amigo de repente se tropieza un día con que un conocido le regala una moto vieja, que lleva parada mucho tiempo en el garaje. Esto con suerte, porque en muchos casos la moto lleva años parada en un patio, o en un gallinero a la intemperie. ¡Mira que bonita! Además es el modelo que te gusta. Lo que nadie sabe es que ese regalo es como si le estuvieran pegando una puñalada trapera por la espalda a nuestro amigo.
Y eso que esta no es la peor situación que nos podemos encontrar, porque otro amigo, dejándose llevar por la moda de tal o cual modelo de moto, ha invertido una buena cantidad de dinero en comprar una moto en igual mal estado que la primera. Ahora ambos se encuentran con que tienen en su garaje un buen montón de hierro oxidado que aspira a ser la moto de sus sueños.
Mientras uno de ellos elige el camino del mecánico que conoce el territorio en el que se mueven, el otro decide liarse la manta a la cabeza y hacer la restauración él mismo. Tras incontables horas, incontables disgustos e interminables horas de consulta en foros “especializados” ambos llegan a tener su moto restaurada y en orden de marcha en la puerta de casa.
Ahora les toca a ambos empezar a utilizar esa moto tan bonita que tienen. Lo que no saben es que ambas motos son una bomba de relojería que más temprano que tarde explotará. Bien será un problema eléctrico, algo habitual en una moto antigua por muy restaurada que esté. O simplemente un cable de mando roto que va desde la maneta hasta las entrañas del motor y que nadie parece saber cómo se llega a esas entrañas.
En el caso del amigo que se restauró él mismo la moto puede que conozca esa parte y sea capaz de afrontar la reparación. Si no, como ya sabe dónde preguntar, evacuará la consulta en un foro y con suerte alguien le explicará cómo hacerlo. En el caso del que ha confiado en el especialista el protocolo de actuación es aún más sencillo. Llamada al mecánico, explicación del problema, traslado al taller y reparación del problema. Lo que ninguno sabe es que estas pequeñas averías se sucederán durante un buen tiempo. Casi como si se tratara de la tortura de la gota malaya, pequeños problemas irán apareciendo. Casi como si estuvieran estratégicamente repartidos para probar su paciencia como si se tratara del santo Job.
El resultado final es el mismo. Ambos conducen un vehículo en el que han invertido mucho dinero. Pero a pesar de todo este vehículo tiene unas limitaciones especificas, tales como su escasa velocidad final, limitados frenos y/o delicadeza mecánica. Eso si, parado en un semáforo será objeto de todas las miradas de los que lo circundan. Y si para en una terraza a tomar algo tendrá garantizados que unos cuantos moscones se acerquen a elogiar y manosear a partes iguales su preciada moto.
Y os garantizo que esa condena puede pesar mucho. Eso si, el sentimiento que produce conducir un vehículo así siempre estará por encima de la condena. ¿Pero estás dispuesto a afrontar todo el proceso?
En Motorpasión Moto | Historias moteras Foto original Flickr | briannaorg