El lunes 29 de marzo empezó muy temprano. Inhumanamente temprano. Bien abrigados, a las 6.00 horas de la mañana, cargamos la moto para dirigirnos a Lake Isabella. La culpa del madrugón la tuvo internet; o mejor dicho, la ausencia de conexión a internet. La Ley de Murphy es implacable: el primer día que realmente necesitaba conexión a internet para conectarme con mi oficina fue el primer día que no tuvimos conexión a internet. Las nueve horas de diferencia horaria fueron un factor de complicación adicional: las 12 de la noche son las 9 de la mañana en Barcelona. Al despertarse por la mañana, ya es por la tarde al otro lado del océano: las 8 de la mañana son las 5 de la tarde en Barcelona.
Recorrimos con tranquilidad la carretera de montaña que separaba Linns Valley de Lake Isabella, disfrutando de las traviesas sombras que provoca el amanecer. Se trataba de subir y bajar una montaña. La visión del lago nos alertó de que estábamos llegando. Al rodear el lago había muchas tiendas de campañas y autocaravanas bordeando el agua. Más tarde, nos enteramos de que era el día de la competición anual de pesca más importante en la zona. Si la noche anterior hubiéramos decidido aguantar el frío e insistir en la idea de intentar llegar hasta aquí a dormir, seguramente nos hubiésemos encontrado sin alojamiento. Así que tuvimos suerte de haber parado en aquel motel providencial “entre ningún sitio y ningún lado”.
No fue fácil buscar un bar con una conexión a internet. En realidad, Lake Isabella es un cruce de dos carreteras, con las construcciones difuminadas en los cuatro sentidos a lo largo de unos centenares de metros en cada sentido. Encontramos unos cuantos bares “de película” donde la gente desayunaba platos enormes de patatas “mashed”, un montón de huevos y salchichas. Los vasos de café contenían suficiente líquido para la ducha matinal. A esa temprana hora quienes estaban desayunando eran tipos “duros” (camioneros e industriales) que nos miraban como si fuéramos extraterrestres. “¿Conexión a internet? Aquí tenemos huevos con bacon…”, me contestó una camarera provocando las risotadas en la barra.
Finalmente, encontramos la conexión a internet en el local que había en el mismísimo cruce de carreteras y por delante del cual habíamos pasado media docena de veces en los últimos 20 minutos. Un Mac Donald’s. Aunque nunca se me hubiera ocurrido entrar a desayunar allí, estaba repleto de personas desayunando. Conectamos el ordenador y “skypeamos” un rato con Barcelona. Qué gran invento es Skype: compras algo de crédito (gastamos unos 15 dólares en todo el viaje) y no te has de preocupar de tarjetas telefónicas, prefijos, cabinas de teléfono…
Mientras yo estaba en el interior del local con el ordenador, Carme se quedó fuera organizando un poco el equipaje. Fue divertido ver el efecto de atracción que provoca una chica con una Harley: la gente se acercaba a preguntarle de donde venía, a donde iba y a darle consejos sobre la ruta. Poco después de las diez, dejábamos atrás Lake Isabella y tomábamos la Ruta 178 que nos acercaría a la autopista 395, dirección norte.
Las famosas autopistas norteamericanas. Largas, larguísimas. Me sorprendió que no se circulaba tan lento como había imaginado antes de venir. La velocidad límite suele oscilar entre 65 y 75 millas por hora (105 y 120 km/h, respectivamente), aunque en estas autopistas más apartadas el tráfico en general llevaba una velocidad de crucero entre 10 y 20 millas superior. En autopista abierta, con la Harley circulábamos normalmente a unas 85-95 millas por hora (137-153 km/h), con momentos puntuales de 100 millas/hora. Muchísimo más rápido de lo que había imaginado antes de venir. Por más que iba atento, prácticamente no vi ningún radar y apenas unos pocos coches de policía. Eso sí, siempre que había algún vehículo policial en el arcén, tenían parado a algún coche. Resumiendo, aplicamos la máxima “allá donde fueres, haz lo que vieres” y no tuvimos ningún problema con la velocidad.
La 395 era una autopista de rectas infinitas que circulaba paralela a Sierra Nevada, la cadena montañosa que no habíamos atravesar y en la que estaban todos los Parques Nacionales de los últimos días. Se veía mucha nieve en las montañas, pero por donde circulábamos la temperatura era agradable . Al llegar a Olancha, giramos hacia la derecha en busca de la ruta 190 que nos acompañaría durante los dos días de travesía por Death Valley. A medida que empezábamos a subir, tuvimos que parar un par de veces para irnos quitando ropa. La temperatura agradable se iba transformando de manera progresiva en calor. Durante el día iría haciendo más calor, hasta llegar a una puesta de sol “veraniega” al lado de una piscina. ¡Se hacia raro pensar que el día anterior estábamos en la nieve!.
En los prolegómenos del Parque nos encontramos varias veces con motos de enduro en los pistas de tierra que ibamos cruzando. Me las miraba con envidia desde “mi hierro”: lo que hubiera dado por cambiar durante un rato la moto con algunas de las KTM’s que había por allí. Las motos predominantes en la zona con gran diferencia eran las KTM’s (las vi de todo tipo: 450, 690, 950 Superenduro, 990 Adventure,...) y las BMW’s (GS’s de todo tipo y un buen número de Challenges). En fin, este viaje tiene color de Harley así que tocaba vendarse los ojos al ver las pistas para evitar tentaciones.
El paisaje lunar de Death Valley era un festival de marrones y ocres con evocadoras formas. La caprichosa naturaleza parecía haber pintado los paisajes con el trazo sugerente del surrealismo daliniano. La limitada calidad de nuestras fotos nunca podrán hacer justicia a lo que vimos. Grandeza de espacios y el paisaje dramático de un desierto seco y pedregoso. Montañas cortadas. Valles profundos y grandes distancias. Uno se imagina como debía ser el tener que atravesar estos parajes hace décadas, con la única ayuda de caballos y las mulas.
En medio de la nada, apareció un parador con gran ambiente de coches y motos. Decidimos parar. El apartado sitio se llama Paramint Spring Resort y está gestionado por una madre y su hija. Mejor dicho, gestionado por la madre mientras la hija se dedica a flirtear de mesa en mesa con unos y otros. El ambiente era agradable, desenfadado y divertido. “Locos del mundo, uníos”. Tiene una explanada frente al local a la que llaman camping, que parece un parque de atracciones para pirados del mundo del motor. Unas cuantas autocaravanas con todo tipo de 4×4s, motos, buggies, quads,... A mí me pareció algo cercano al paraíso, mientras Carme me miraba con cara de no entenderme.
Yo pedí una apetitosa hamburguesa y a Carme, como castigo por no apreciar el paraíso, le trajeron una sopa de tomate “peculiar”. ¿Os imaginaís comeros un bol de salsa boloñesa a cucharadas? Pues eso es lo que denominaban “sopa” en este rincón del mundo. Había algo de irreal y mágico en este lugar perdido, por lo que preguntamos si estaba libre alguna de las cabañas que alquilaban: todavía se están riendo. “Sí, hay cabinas libres el mes que viene, a finales de abril… ¿os interesa?”. Claro, por aquí también estaban de Semana Santa.
Tras una sobremesa placentera, seguimos la ruta por el Valle de la Muerte. A un ritmo lento, saboreando cada paisaje. Me encantan los desiertos. Tenía muchas ilusiones puestas en conocer Death Valley y algo de miedo a que me defraudara, pero las sensaciones estaban a la altura de las expectativas. Llegamos al primer centro de visitantes, Stovepipe. Está compuesto por un camping (realmente, una explanada sin siquiera sombra), servicios de restauración, la habitual tienda de recuerdos, gasolinera y unas cabañas de alquiler. Preguntamos por una cabaña libre sin ninguna convicción de conseguirla, pero hubo sorpresa: “Ha habido una anulación y nos queda una habitación. ¿Les interesa?”.
De modo que nos instalamos y tuvimos tiempo para un paseo vespertino y poder disfrutar de una puesta de sol espectacular llena de colores rojizos. Al día siguiente fuimos conscientes de la suerte que tuvimos, puesto que de no haber encontrado habitación hubiéramos tenido que hacer un montón de kilómetros hasta Pahrump. Habríamos llegado muy tarde (ya anochecido) y cansados, sin haber podido disfrutar de este lugar tan especial. Afortunadamente, dormimos en medio de Death Valley y tuvimos una tarde tranquila para organizar el equipaje, leer las guías, ordenar fotos, revisar mapas,...
Ficha de ruta día 4: lunes 29 de marzo de 2010
Itinerario: Linns Valley – (Ruta 178) – Glennville – Wofford Heights – Lake Isabella – Weldon – (Cruce a autopista 395) – Pearsonville – Dunmovin – Olancha – (Ruta 190) – Townes Pass – Entrada Parque Nacional Death Valley – Paramint – Stovepipe Wells
Distancia recorrida: 206 millas (332 Kilómetros)
Distancia acumulada: 782 millas (1.261 Kilómetros)
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