Hace unos días te trajimos a Chad O'Neal, un joven americano que ha hecho de la adrenalina su modo de vida y ha conseguido asombrar al mismísimo Travis Pastrana llevando un paso más allá las locuras en moto con el MotoBASE, el salto base lanzándose hacia el abismo en un despegue a toda velocidad.
Lo cierto es que el mantra del "todo está inventado" acaba por tener razón y quitársela a muchos pioneros, así que hoy vamos a hablar de otros precursores en este disciplina de conducir una moto hacia el abismo y abrir un paracaídas para contarlo. O no.
Paracaídas, motos y riesgo desmesurado
Desde que el ser humano es ser humano siempre ha intentado explorar los límites de lo físicamente posible y sano para la vida. Algunos locos pioneros han pasado a la historia por desafiar lo razonable en busca de la gloria con resultados muy dispares.
Otra manera de desafiar a la muerte vino de la mano de los saltos de altura y la necesidad de amortiguar la caída de algún modo hasta que en el año 852 Abbás Ibn Firnás ejecutó en Córdoba el primero de los saltos con paracaídas. Sobrevivió no sin sufrir heridas de diversa consideración pero al menos vivió para contarlo.
Tiempo después Leonardo da Vinci recogió esta técnica entre sus ingenios y no fue hasta 1785 cuando el francés Jean Pierre Blanchard lanzó a un perro con un paracaídas desde un globo. Después de hacer sufrir al pobre animal perfeccionó durante casi 10 años su técnica y en 1793 aseguró que había hecho el primer salto con paracaídas tal y como hoy lo conocemos. Repetimos, aseguró.
El paracaidismo extendió su popularidad como la pólvora alrededor de todo el globo y muchos intentaron ser los primeros en conseguirlo. No fue hasta el 22 de octubre de 1797, cuando André Jacques Garnerin firmó el primer salto con éxito documentado desde un globo de hidrógeno a una altura de 350 metros sobre París ante la atónita mirada de miles de espectadores. Desde entonces sus actuaciones se convirtieron en un show extremadamente popular hasta que falleció, no en un salto como buena parte de su público esperaba, sino al golpearse en la cabeza con una viga mientras preparaba un ascenso en globo en 1929.
A principios del siglo XX con la fiebre de las motocicletas azotando las mentes de los ciudadanos más aventureros, explorando los límites de la velocidad y trascendiendo las primeras carreras organizadas, otros seres indómitos empezaron a buscar aplicaciones de lo más disparatado a esos vehículos que eran símbolo de libertad y fuente de adrenalina.
Corría 1926 cuando Fred Osborne decidió enfrentarse al mayor reto conocido hasta entonces por el hombre: saltar con una motocicleta al vacío y salir ileso gracias a la ayuda de un paracaídas. La idea no parecía demasiado complicada y juntaba casi todo lo que se podía pedir en una gesta tan épica hasta la fecha: velocidad, riesgo, altura y una probabilidad de muerte sumamente elevada.
A decir verdad Osborne no fue un pionero. Esta idea no era en absoluto nueva pues en 1912 se conoce la historia de Franz Reichelt, un costurero que saltó al vacío desde uno de los niveles intermedios de la Torre Eiffel con su moto equipado con un paracaídas hecho a mano en su casa después de espetar un "hasta pronto". Murió en el acto cuando su paracaídas no funcionó como él esperaba.
Osborne estaba convencido de que Reichelt y otros que corrieron suertes similares no eran más que simples aficionados o eran demasiado cobardes para lanzarse desde alturas lo suficientemente elevadas.
El americano eligió meticulosamente el escenario en el acantilado de Huntington Cliff a las afueras de Los Angeles y comenzó a publicitar su gesta. Cuando en 1927 captó la atención suficiente de la población empezó con los preparativos construyendo una primitiva rampa de madera al final de un camino de tierra y confirmó su hazaña convocando al público y a un cámara para que inmortalizase su gesta.
Era noviembre y las condiciones eran perfectas. El bueno de Osborne estaba motivado. Muy motivado. Preparó su equipo, se aseguró de que los arneses estuvieran bien sujetos a su cuerpo, arrancó su moto y se enfrentó al momento definitivo sin más medidas de seguridad que su tupé, un jersey con dados y una dentadura sin incisivos superiores que dejaba entrever sus antecedentes como acróbata. Por supuesto tampoco hubo ningún tipo de prueba ni ensayo previos.
Fred aceleró hasta una velocidad de casi 100 km/h sobre la tierra y se lanzó sobre la rampa. Ni la trayectoria de despegue ni la velocidad fueron las necesarias para que aquello que Osborne había imaginado en su cabeza pudiera tener una lógica física razonable. Voló sobre el precipicio de una manera bastante precaria y trató de abrir el paracaídas nada más salir de la rampa.
Con una altura a todas luces escasa de unos 60 metros del borde del acantilado hasta el suelo, no hubo tiempo necesario para que el paracaídas se desplegase lo suficiente como para hacer su trabajo, por lo que se dirigió hacia el suelo con todas las papeletas para conseguir un viaje al otro barrio.
Por suerte para Osborne, su peripecia discurría teóricamente sobre unos cables de teléfono que debería sobrepasar plácidamente en su descenso. Unos cables que sin moverse ni un milímetro se cruzaron en medio de su trayectoria de caída. Fred chocó contra aquellos cables lo justo como para amortiguar su caída.
Yaciendo sobre el suelo de Los Angeles la muchedumbre corrió hacia el cuerpo de Osborne y pese a que el público pensaba encontrarse un cuerpo sin vida, se encontraron a un aventurero maltrecho, herido, pero consciente mientras que su moto ardía entre llamas sólo unos metros más allá. Osborne fue trasladado al hospital en estado crítico y los médicos pudieron salvarle para recuperarse y poder contar al mundo su no-gesta. Obviamente nunca volvió a intentarlo.
Fred Osborne, Evel Knievel, Travis Pastrana, Brad O'Neal... Siempre habrá locos en el mundo, lo único que cambia es la magnitud de sus locuras. Y sí, el salto de Osborne además fue el primero en quedar registrado gracias a un metraje recuperado y publicado por British Pathé en el vídeo que puedes ver a continuación:
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